Mucho se ha escrito y hablado sobre qué somos y cuál es el sentido de la vida. Lo que me dice mi alma guía es que no vemos lo que realmente somos, que somos almas que vivimos sensaciones y experiencias en una realidad diseñada para nuestro enriquecimiento en conciencia.
La definición de alma como parte inmaterial del cuerpo no es válida porque no somos parte del cuerpo, sino que observamos a través de personajes distintos en cada una de nuestras vidas. Da igual que nos definamos como almas o como ángeles, pero no tenemos nada que ver con los personajes, solo empatizamos hasta el punto de creer que somos ellos.
Por tanto, es incorrecto pensar que dentro del cuerpo hay un alma. Tampoco debemos creer que el alma es quien dirige el cuerpo. Somos el espectador, como si de ver una película se tratase. Estamos observando la película desde dentro de uno de los personajes, pero de ninguna manera intervenimos en sus actuaciones.
Nosotros nos sometemos a este “plano” para vivir distintas experiencias, para tener sentimientos y así poder dignificarnos. Sufrimos en este mundo para aprender, ya que no hay otra forma posible en el mundo espiritual. Para ello, y con el objeto de creer esta realidad, es fundamental aparcar nuestra conciencia álmica.
Lo importante es que somos el pensamiento, la conciencia, no la mente programada del personaje.
En una película, los personajes definen las escenas, actúan en base a lo programado en el guion, pero somos los espectadores los que nos emocionamos, los que sentimos. Eso es el alma, ¡el observador de esta película, que es la vida!
No venimos a salvar al mundo. Un programador de juegos no necesita que sus personajes salven al programa. Un guionista no necesita que un personaje cambie su guion. El desarrollo del plan divino contempla infinidad de señales que permitirán a nuestra alma alcanzar la realidad. No “abrimos los ojos” (me refiero a nosotros como observadores, como almas), creemos que estamos despiertos y no lo estamos en absoluto. Todo está más claro de lo que creemos, pero no conseguimos verlo.
No viajamos desde nuestro mundo a otro, desde una dimensión a otra, puesto que no existe otra. Nuestra conciencia pasa de un plano real a uno irreal, tan profundamente que llegamos a creer que es el nuestro.
A mí, una y otra vez me definen como Dios al cielo, a nuestro mundo, al “mundo espiritual”, llamémosle cada cual como queramos. Al conjunto de seres espirituales (almas) es a lo que me piden que llamemos Dios. Por tanto, cuando decimos “¡si Dios quiere!”, hacemos referencia a lo que el cielo disponga, ¡eso es Dios!
Las almas, ángeles o seres espirituales, desde el único mundo que existe, el espiritual, hemos creado o programado una realidad virtual extraordinaria, que llamamos universo, donde podremos experimentar sensaciones muy distintas a nuestra realidad divina. ¡Todo está determinado!, como dijo Einstein, “Dios no juega a los dados”. Las almas desarrollamos un guion perfecto que nos permite ascender, con experiencias distintas para cada una, según el estado álmico. Estamos en permanente glorificación, es la única necesidad que tenemos para toda la eternidad.
Juzgar con la conciencia terrenal el plan divino es totalmente absurdo, porque solo tendremos en cuenta circunstancias materiales, que son irreales. El hambre, la pobreza, la injusticia, las guerras y un larguísimo etcétera, son circunstancias necesarias para el aprendizaje de las almas, que dependiendo de aceptarlas, o no, sufriremos o viviremos en paz intertior.
Si en una película, las personas empatizamos con el protagonista, imaginemos el alma, que como observador acompaña al personaje (a la persona que habita) desde el nacimiento. Si además tenemos en cuenta que la “realidad” de la película (la vida) es perfecta, entenderemos la influencia de las circunstancias y sentimientos de la persona sobre el alma.
Lloramos, reímos, nos llenamos de alegría o pena, pero por más que sentimos una cosa u otra nunca podremos cambiar los hechos de la película. Nuestros sentimientos no cambian la película, pero sí es cierto que la misma película puede hacer sentir de forma distinta a dos personas. Esa es la clave para entender. Un alma más experimentada sentirá su “encarnación” de forma distinta a una con menos experiencias. La de mayor conciencia gozará más, tendrá más paz interior.
Esto es lo que hay que saber, y para ello, para quien esté tras la búsqueda de nuestra realidad, no habrá nada más contundente que poder acceder al guion de la película. Todos hemos oído hablar de la clarividencia, de personas con poderes sobrenaturales (no explicables científicamente) que nos pueden hablar de hechos futuros. Esto ocurre porque el guion ya está escrito, y no hacemos otra cosa en “la vida” que el desarrollo de la película, pero nada podrá cambiarse, todo será según el guion. Dicho de otra forma, no existe el libre albedrío material, otra cosa es el emocional, que por supuesto es para lo que venimos.
Los clarividentes (los verdaderos, por supuesto) no solo pueden acceder al guion, sino que también perciben almas-ángeles no encarnadas, encargadas del desarrollo de la película. Todo, absolutamente todo, se somete al plan divino, desde una charla con amigos hasta el trabajo, la enfermedad, los hijos, la pareja… Debemos entenderlo, somos observadores, no actores. El alma observa, como espectador, es la persona a la que podemos llamar actor, y el cielo, quien se encarga de que todo siga el guion.
Además de que los hechos están determinados, debemos saber que los escenarios están programados. Todo sigue unas pautas perfectas, ¡todo el universo! Podemos buscar una y mil teorías científicas, que como vemos van cambiando. Podemos negarnos a cualquier hecho, podemos rebelarnos ante Dios y sufrir. Como ya he dicho, hay libre albedrío para esto, pero no habrá mayor acierto que aceptar nuestras circunstancias y llenarnos de gozo ante nuestra maravilla como seres eternos y perfectos.
Si entendemos lo que somos, podremos encontrar la paz interior que necesitamos para poder amar ¡a todo!, y por tanto gozar en esta vida. Entender que somos observadores, que acompañamos a un personaje cuya mente lo lleva a deseos y miedos. Desear lo que no tenemos, desear ser lo que no somos, estar donde no estamos. La mente nos hace mirar atrás y arrepentirnos de aquello que dijimos o hicimos. Nos llena de celos, envidia, ira, rencor, vanagloria y un largo etcétera. De sentimientos que llevarán el alma a un estado de sufrimiento. Debemos apartar los deseos y miedos y entender que tenemos lo que el cielo ha querido para nosotros, para nuestra purificación, y así podremos llenar nuestra vida de tranquilidad y podremos amar y gozar.
Debemos dejar de dar tanta importancia al cuerpo, lo tendremos solo para una experiencia temporal. Debemos actuar pensando en lo que realmente somos, almas que estamos en permanente ascensión espiritual, y para ello debemos desapegarnos de todo. Cuantos más apegos, más difícil tendremos conseguir el objetivo: ¡la paz interior!
Mucho podemos leer sobre el bien y el mal. Cada religión nos guiará por uno u otro sendero. Amenazas con el karma, el infierno, la transmigración en vidas futuras a cuerpos de animales… Prejuicios sin sentido, me dicen, nos llenan de miedos. Sin embargo, la realidad es que no existe el bien ni el mal, los buenos y los malos, ¡somos los mismos!, los unos y los otros. Almas viviendo experiencias que nos harán enriquecer nuestra conciencia y estado espiritual. El cielo determina un plan divino que contempla las vidas necesarias para nuestras almas, y por supuesto los hechos que deben acontecer en el mundo. Todo está definido en el guion, y todo es necesario, tanto lo que creemos bueno como lo que creemos malo; por tanto, esa es la definición que debe sustituir a lo que llamamos bien y mal, “hechos necesarios”. Otra cosa es hablar de sufrimiento o gozo, de paz interior o de ansiedad; ahí sí debemos ser autocríticos y trabajar intelectualmente para tomar el camino correcto, el del entendimiento, el de saber discernir entre lo real y eterno y lo irreal y material.
Si pensamos que para llegar a la paz interior debemos ejercitar los chakras, meditar, rezar, confesarnos y demás, ¡perfecto!, hagámoslo; otra cosa es si hablamos de realidades físicas y espirituales, que no lo son.
Las religiones han ido sumando a lo largo de miles de años infinidad de teorías de multitud de pensadores que, en muchos casos, se contradicen los unos a los otros incluso dentro de la misma creencia; pero, además, ninguna teoría explica los sucesos “paranormales”, solo buscan que temamos a “Dios”.
Llegar a la conclusión de que todo está determinado y que por tanto no puede existir ni el bien ni el mal, ni karma, ni pecado, ni dioses castigadores, es posible.
Los videntes nos muestran parte del guion, del plan divino. Los médiums nos permiten comunicarnos con almas-ángeles que se “encarnaron” en seres queridos. Hay técnicas de meditación con las que podemos contactar directamente con dichas almas. Las curaciones “milagrosas” que practican los sanadores demuestran la irrealidad del cuerpo. Podemos hacer regresiones a vidas pasadas, donde veremos cómo nuestra conciencia (nuestro verdadero ser) ha estado en otros cuerpos. Pero, claro está, también podemos negar hasta lo más evidente, como durante siglos hemos demostrado que somos capaces de hacer poniendo siempre por delante los prejuicios.
Preferimos creer en religiones medievales que entre otras cosas denigran a las mujeres, ¡hablo de todas!, donde la virginidad es sinónimo de santidad (y esto en el siglo XXI), donde una mujer no puede tocar a un monje, o donde solo unos pocos son los escogidos para reencarnar, o para elevarse en carne a los cielos.
Escribo lo que me piden. Debemos usar más el intelecto, que para eso lo tenemos, abrir más los ojos y terminar de una vez con los prejuicios que nos impiden ver realidades más que palpables.
Dicho esto, por otro lado, no tengo ninguna duda sobre las apariciones marianas, por ejemplo. Otra cosa es compartir la definición. Está claro que el cielo nos muestra multitud de señales, y que las apariciones a pastorcillos y otras personas son algunas de ellas. ¿Por qué no?, esto no contradice nada. El misticismo existe y, creo, poca gente lo cuestiona. Personas que tienen el don de entrar en trance y comunicarse con el plano espiritual, como nos dicen en las apariciones de Garabandal, donde las videntes hacían cosas inexplicables cuando estaban en trance. Distinto es pensar que lo que ven es o no la madre de Jesús de Nazaret. El que necesite pensar que lo es, perfecto, pero lo que a mí me dicen es que no lo es; es más, me dicen que ni tan siquiera es un alma, sino una señal, un mensaje, que por cierto tampoco estamos entendiendo.
Pero hay muchos tipos de señales y mensajes, y no todos son buenos. Por ejemplo, hay señales que se muestran en forma de bloqueos (lo que llamamos “mal de ojo”). Pero los bloqueos pueden estar no solo en las personas, manifestados en forma de dolores, fatigas, vómitos, etcétera, también pueden encontrarse en lugares donde han ocurrido hechos violentos, quedando como una especie de bucle, bien con ruidos, baja temperatura u otro tipo de manifestaciones. Todo esto es solucionable si recurrimos a la persona adecuada; aunque, por supuesto, como todo está predeterminado, puede solucionarse o no.
Hay infinitas almas dedicadas a ejecutar el plan divino. Todo se cumple sin la menor desviación, incluso interactuando con los personajes, lo que algunos denominan almas perdidas, pero no es así en absoluto, simplemente son señales.
Si alguien debe tener señales del Cielo, las tendrá, porque esté recogido en el plan divino, por lo que no debemos pensar que las almas campan a sus anchas por este plano, interactuando cuando, como y con quien quieran. ¡No es así!, lo que vemos son señales, no espíritus, señales que las almas (Dios) nos muestran para hacernos llegar algun mensaje o simplemente hacernos entender que todo es como Dios quiere y por tanto no es real.
Debemos evitar necesidades, ya sean materiales o personales. No aferrarnos a las cosas, cuando la realidad es que todo perderá su sentido en el momento de terminar esta vida. ¡No vamos a llevarnos nada!. Igual con las personas, debemos dejar que cada una viva su vida, y no querer vivir la vida de nuestros hijos, padres, hermanos, etcétera. Cada uno tendrá la vida que corresponde a su estado espiritual. Debemos superar las pérdidas de seres queridos, y pensar que no son más que la vuelta a casa. Tenemos que seguir siempre nuestro camino, entendiendo que no hay más objetivo que encontrar la paz en nuestra vida.
Cuando el camino se hace muy difícil por la pérdida de alguien, no debemos olvidar que no sufren por nosotros. Una vez que recuperamos nuestra verdadera conciencia, lo único que nos importa es el enriquecimiento del alma de nuestros compañeros espirituales, con los que hemos interaccionado en la vida; para nada importa el personaje, por lo que llorar mirando hacia arriba, me aseguran, no emblandece ningún corazón.
Cuando hacemos una regresión a vidas pasadas y experimentamos la muerte de nuestro cuerpo en esa vida, no digo que lo entendamos tal cual será, pero seguro se aproxima. Vemos la muerte como algo natural, y comprobamos cómo abrimos de nuevo la puerta de nuestro verdadero mundo. Todo es muy sencillo, cálido, lleno de amor.
Tenemos infinidad de señales y de oportunidades de adentrarnos en la espiritualidad. No venimos a estar aquí como en el cielo, claro está, pero si buscamos un equilibrio razonable, nuestra vida cambiará sin duda alguna y conseguiremos apartar todos los miedos y los apegos y conseguiremos gozar. Aunque, por desgracia, todo indica que vamos en sentido contrario, a un materialismo absoluto. Si malo es someterse a religiones que nos llenan de prejuicios, según me dicen, peor es no creer en nada, y cerrar la puerta a todo tipo de señales del plano espiritual, que no tienen más objeto que la consecución de la paz interior y el amor. Bien es cierto que hay muchas personas que buscan el sosiego en la espiritualidad, pero porcentualmente hablando son cada vez menos.
No todo el que busque encontrará, porque, aunque hay religiones que lo ven de otra forma, el encuentro con el mundo espiritual, la iluminación, está determinado. Por tanto, no se trata —como se dan casos en Oriente— de entrar en una cueva y encerrarse hasta conseguir la iluminación. Solo debemos ver la espiritualidad como la búsqueda de la paz interior, para poder amar y gozar en la vida, lo demás es cosa del cielo, del plan divino. Un Buda (persona que conecta con el Cielo), o Vidente, no se ilumina por lo que hace, sino porque así está determinado para así cumplir la misión en su vida. Jesús de Nazaret no fue el Cristo por nada que hizo, puesto que siglos antes ya había sido profetizada su venida, lo fue por ser «El Elegido» por el Cielo para traer el mensaje que predicó. Venimos a cumplir nuestra misión, cada uno la suya, a un plano físico, irreal, que no es otra cosa que la oportunidad para las almas de vivir experiencias y sensaciones que nos ayuden a ascender de estado espiritual.
La verdad se encuentra dentro de nosotros, es lo que me dicen, y ese pensamiento se denomina gnosticismo. Jesús era gnóstico, en los Evangelios se afirma que no debemos buscar el reino de Dios fuera de nosotros, sino dentro (la paz interior, nuestra conciencia verdadera). Pero, aun siendo el alma del Nazareno del mayor estado espiritual al que se puede llegar, su cuerpo, era un personaje más, con una misión que cumplir. Jesús, el Cristo, el Mesías o el Ungido es sin duda la persona más excepcional que ha habido en nuestra historia, según me dicen, pero elevar a una persona, ya muerta, a cualquier categoría espiritual no tiene sentido alguno, por tanto, Jesús (materia) no es Dios, ni alma, ni espíritu, solo un cuerpo. En Jesús habitó un alma, pero una vez que murió el personaje, su alma, su conciencia, vuelve a pertenecer al verdadero mundo, al espiritual.
La clave de la vida de Jesús, como iluminado que era, debemos buscarla en su aceptación. Aceptó su misión y dedicó su vida a los demás, y dejó por primera vez, junto a los que le siguieron (Primera Venida de Cristo) el mensaje de que somos y como debemos conseguir entrar en el Reino (conseguir la Paz interior). Y es hora de que entendamos que no fue la vida de un dios, sino de un hombre que nos ha mostrado el sendero de la vida, como estaba determinado e incluso anunciado (para quien no crea que todo está determinado es un buen ejemplo).
Aceptar nuestras circunstancias, apartar los miedos, apegos y prejuicios, y entender las señales que el Cielo nos pone en nuestro camino para que podamos discernir, nos hará ver y vivir la vida como una oportunidad de glorificar lo que realmente somos, ¡almas!, es el camino a la felicidad.
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Jose Antonio Valenzuela Arco
Vidente y Sanador
Mi misión es llevar al mundo el mensaje de como encontrar la paz interior y por eso Dios me ha dado el poder de la videncia y sanación. Si tienes un problema de salud y la medicina no está funcionando, o deseas conocer tus circunstancias futuras, pide cita para una sesión telefónica.
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